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Educar para elegir: la nueva era de la alimentación escolar

Fernanda Galicia

Lic. en Nutrición

En las últimas semanas, ha cobrado fuerza una nueva normativa que marca un cambio importante en la vida escolar de los niños: la prohibición de vender productos ultraprocesados o “comida chatarra” dentro de los planteles educativos. Esta medida no sólo modifica lo que los niños pueden comprar en la tiendita de la escuela, sino que propone una transformación de fondo: formar entornos más saludables y fomentar una relación positiva con la alimentación desde la infancia.

Pero, ¿por qué es tan importante este cambio? ¿Qué implicaciones tiene para las familias? ¿Y cómo podemos acompañar a los niños en esta transición sin que se convierta en una lucha diaria?

Más que comida: un paso hacia el bienestar integral

México ocupa, tristemente, uno de los primeros lugares a nivel mundial en obesidad infantil. Se estima que uno de cada tres niños vive con sobrepeso u obesidad. Esto no sólo representa un mayor riesgo de enfermedades físicas a corto y largo plazo (como diabetes, hipertensión, problemas cardiovasculares y afecciones en el hígado), sino también un impacto significativo en su salud emocional.

Existen varios estudios que demuestran que una dieta alta en azúcares, grasas trans y sodio afecta: el comportamiento, la capacidad de atención, el estado de ánimo y la autoestima de los niños. Además, la publicidad dirigida a ellos y la disponibilidad constante de productos chatarra ha normalizado hábitos que, a largo plazo, perjudican su calidad de vida.

Por eso, eliminar estos productos del entorno escolar es una medida urgente y necesaria. Las escuelas, como espacios de formación, tienen la responsabilidad de educar no sólo con libros y tareas, sino también a través de lo que ofrecen en sus comedores y cooperativas. Un entorno que promueve alimentos saludables es un entorno que cuida.

¿Y las familias? El nuevo rol de los padres y cuidadores

Este cambio en las reglas escolares pone el reflector sobre los hogares. Ahora más que nunca, madres, padres y cuidadores tienen la oportunidad, y el desafío, de formar parte activa en la construcción de nuevos hábitos alimenticios.

Preparar un lunch saludable no tiene por qué ser complicado ni costoso. El primer paso es cambiar la mentalidad: no se trata de hacer comidas perfectas ni gourmet, sino de ofrecer opciones reales, accesibles y balanceadas. Un pequeño cambio sostenido puede tener un gran impacto en la salud y el bienestar del niño.

También es importante entender que este proceso requiere paciencia. Es normal que los niños extrañen sus papas, pastelitos o jugos industrializados. Pero si les damos alternativas atractivas, sabrosas y variadas, y sobre todo si los involucramos, será más fácil para ellos adaptarse.

Lo que comen, influye en cómo se sienten

Existe un vínculo estrecho entre lo que comemos y cómo nos sentimos. En los niños, una alimentación rica en nutrientes como frutas, verduras, proteínas magras, cereales integrales, agua natural y grasas saludables ayuda a regular el estado de ánimo, mejora la memoria, la concentración y reduce la ansiedad.

Por el contrario, una alimentación rica en azúcares y grasas puede generar irritabilidad, falta de energía, dificultad para concentrarse y problemas de sueño. Además, las dietas inadecuadas a edades tempranas pueden afectar la relación que el niño tendrá con la comida en el futuro, generando culpa, dependencia emocional o desinterés por los alimentos nutritivos.

Educar con amor y paciencia también incluye enseñarles a identificar qué alimentos les hacen bien y cuáles les provocan malestares. Escuchar su cuerpo y tomar decisiones conscientes es una herramienta valiosa para toda la vida.

5 claves para fomentar buenos hábitos sin peleas en la mesa

Aquí algunas estrategias simples y prácticas para que el cambio sea natural y positivo:

1. Involúcralos: Invita a tus hijos a elegir los ingredientes del lunch, preparar juntos los alimentos o incluso ir al mercado. Cuando participan, están más dispuestos a probar nuevos sabores.

2. Hazlo divertido: Usa recipientes coloridos, crea formas con los alimentos o acompaña la fruta con un dip saludable. Convertir la comida en una experiencia agradable hace que la disfruten más.

3. Enseña con el ejemplo: Si tú consumes agua natural, frutas y vegetales de forma habitual, ellos también lo harán. Los niños aprenden más por lo que ven que por lo que se les dice.

4. Crea rutinas estables: Comer a la misma hora, tener tiempos para sentarse juntos y evitar pantallas durante las comidas ayuda a construir una relación saludable con la alimentación.

5. Evita etiquetas negativas: No uses la comida como castigo o recompensa. En vez de decir “esto engorda” o “esto es malo”, puedes decir “esto no le hace bien a tu cuerpo” o “esto nos ayuda a estar más fuertes y con energía”.

Este cambio es una oportunidad, no una restricción

La nueva regulación en las escuelas puede parecer estricta al principio, pero en realidad abre la puerta a una conversación que muchas veces posponemos: ¿qué están comiendo nuestros hijos? ¿Cómo influye en su desarrollo? ¿Y qué podemos hacer desde casa para acompañarlos mejor?

Más que prohibir, se trata de enseñar. Enseñar a elegir, a cuidarse, a disfrutar los alimentos reales y a entender que alimentarse bien no es aburrido ni difícil, sino una forma de querernos.

Invertir en la salud de la infancia es invertir en el futuro. Si logramos que esta generación crezca con una relación positiva con la comida, estaremos dando un paso enorme hacia una sociedad más sana, más fuerte y feliz.

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